Todo por ti Jesús mío, el padecer, el morir, el descansar y el amar

Biografía

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  • Era el 11 de noviembre de 1899, cuando Emiliano Guízar Valencia y Lucía Barragán de Guízar, trajeron al mundo a María de Jesús en Cotija de la Paz, Estado de Michoacán, México. Era la quinta de dieciseis hijos. Sus papás la llevaron a bautizar al día siguiente de su nacimiento.

    La familia Guízar Barragán gozaba de una condición social desahogada, se distinguía por una vida cristiana ejemplar y por su caridad para con los pobres. En un ambiente de paz y armonía forjó su personalidad y carácter la pequeña María de Jesús. Impregnada de los valores cristianos transmitidos por sus padres, Chuy – como la llamaban todos – se caracterizaba por ser una niña vivaracha e inteligente, traviesa y alegre pero al mismo tiempo equilibrada. No descuidó su vida espiritual, al contrario, la cultivó con un sorprendente espíritu de sacrificio y mortificación, con su oración y una constante caridad para los pobres.

    Al estallar la Revolución Mexicana, en 1910, su niñez serena se terminó. La familia Guízar Barragán fue perseguida por su vida cristiana y su privilegiada posición social. Una vez que sus propiedades fueron confiscadas, la familia fue obligada a trasladarse a Zamora. Fue ahí donde la pequeña Chuy continuó sus estudios en el colegio Teresiano. Sin embargo, las amenazas que cada vez se revelaban más violentas, obligaron a toda la familia a mudarse de nuevo, esta vez a Guadalajara, donde María de Jesús vivió su adolescencia y juventud.


    Cuando tenía 15 años, le diagnosticaron una grave enfermedad desconocida por la ciencia que la llevó a las puertas de la muerte. Esta experiencia constituyó un momento importante de su vida porque en estas condiciones definió su propósito de entregar su vida al Señor. Sabía que le quedaban pocos días de vida y, motivada por su confesor, que conocía su amor delicado al Señor y su deseo de vivir consagrada a Él, le propuso formular en su interior – como voto privado sin valor público – su consagración total. Deseaba encontrarse con el Señor como su divino Esposo, unida a Él por los votos de pobreza, castidad y obediencia. El sacerdote le advirtió que en caso de recuperación, esta promesa no debía considerarse vinculante. No obstante, cuando recuperó la salud, libre y espontáneamente quiso continuar consagrada al Señor, rechazando toda oportunidad de noviazgo.

    Con el deseo de concretizar su consagración a Dios y vivir sólo para Él, a la edad de 22 años, precisamente, el 29 de mayo de 1922, María de Jesús ingresó como postulante con las religiosas Teresianasen San Antonio Texas. Pero, una vez más, la aquejó una enfermedad que la obligó a dejar la congregación y regresar con su familia a Guadalajara.

    Parecía que Jesús tenía un proyecto diferente del que ella se había propuesto. Sin embargo, la enfermedad no fue un motivo para que desistiera de su consagración al Señor. María de Jesús no se rindió ante el dolor físico, continúo su camino de entrega al Señor por otra dirección que, de forma personal o en grupo le permitía hacer su apostolado visitando algunos pueblos, personas enfermas y abandonadas, distinguiéndose por su caridad con los pobres, que la llevó a desprenderse de cuanto tenía.

    Las persecuciones seguían su curso, y así en 1930, la familia Guízar tuvo que trasladarse al Distrito Federal, donde María de Jesús, continuó dando clases de dibujo en el colegio Teresiano «La Florida». «Su testimonio de profesora y de mujer devota no dejaba duda de un estilo de vida cristiana».

    A la muerte de sus padres, desempeñó el papel de padre y madre para con sus hermanos, convirtiéndose en el centro de unión familiar y se caracterizaba por su espíritu de servicio, amabilidad, confianza y alegría.

    El incremento de sus responsabilidades familiares no le impidió continuar su labor apostólica. «Se esmeró sin reservas en auxiliar a los más pobres, a los enfermos y a los presos», con una caridad sumamente delicada, fina y profunda, se olvidó de sí misma con la sola preocupación de ayudar a los demás, consolándolos, alentándolos y exhortándolos.

    De esa caridad, la vertiente más intensa se reflejaba en la relación con los sacerdotes, a quienes asistía con una extraordinaria caridad «como si fueran el mismo Jesús». Todo esto acompañado de una intensa vida espiritual: oración, sacrificios y una devoción especial por los sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia.

    Siendo muy joven, María de Jesús ya había manifestado un interés especial por los sacerdotes y, con la persecución se percató del sufrimiento que padecían y de que algunos dieron la vida por Cristo. Poco a poco fue comprendiendo el abandono, la soledad y los peligros que pasaban. Movida por el deseo de ayudarlos, dedicaba gran parte de su tiempo a buscar apoyo para los sacerdotes pobres, localizaba los que estaban abandonados en grave enfermedad y los asistía hasta su muerte, oraba y hacía orar por aquellos que pasaban por extremas tribulaciones, siempre con un espíritu de servicio.

    Había en ella un don especial que la impulsaba a ayudarlos; «tenía una capacidad de hablarles espiritualmente de su sacerdocio, de Dios, de exhortarlos, de mover su corazón». S.E. Mons. Ricardo Guízar, Arzobispo de Tlalnepantla, sintetiza bien esta característica distintiva de la madre Chuy con estas palabras: «para mí, esa era la manifestación de un carisma muy especial, de algo que Dios le concedía, tocar el corazón de esos sacerdotes para cambiar su vida y enderezarla».

    Sin duda alguna, Dios, siempre providente y misericordioso, que nos habla a veces con un lenguaje misterioso e incomprensible, lo había calculado y preparado perfectamente, para que María de Jesús, estando ya al ocaso de su vida, iniciara una fundación con el fin de servir a Cristo en sus sacerdotes.

    La Fundación en Tulpetlac

    El día 2 de octubre de 1960, conoció Tulpetlac, invitada por el padre Enrique Amezcua – canónigo de la Basílica de Guadalupe – a visitar el santuario de la Quinta Aparición Guadalupana, situado en aquel entonces en la Diócesis de Texcoco. Era un lugar solo y olvidado pero al mismo tiempo privilegiado porque, según la tradición, había sido visitado por la Santísima Virgen de Guadalupe cuando curó a Juan Bernardino. Ahí, se encontraba mucha gente pobre y abandonada que no tenía un sacerdote que la ayudase a satisfacer la sed de Dios. El celo de la señorita Chuy por las almas la impulsó a trabajar como apóstol seglar, para preparar espiritualmente al pueblo con el único deseo de acercar las almas a Dios.


    El 8 de enero de 1961, el padre Amezcua fue nombrado primer párroco de Tulpetlac. María de Jesús, junto con otras tres mujeres, decidió continuar una labor incansable de apostolado de caridad y de evangelización, apoyando al padre Amezcua en sus responsabilidades pastorales. La tarea resultaba ardua ya que Tulpetlac tenía ciento cincuenta años sin sacerdote, pero su caridad extrema, su don sobrenatural de comprender las dificultades y sentir los problemas, hicieron que se ganara el cariño y el respeto de la gente.

    La afinidad de pensamiento con Ana María Rulfo – que compartía el deseo de acudir a los sacerdotes – impulsó a María de Jesús a aceptar la invitación a formar el grupo de «Legionarias de la Fe». Así, el 26 de julio de 1961, cuatro mujeres emitieron los votos de pobreza, castidad y obediencia, en lo que fue el primer momento del Instituto de las SGCS y que era ya dirigido por la señorita Chuy.

    Por diversas circunstancias, ninguna de las otras tres pudo continuar su compromiso y así María de Jesús, en un plazo de tiempo muy breve, se quedó sola en sus esfuerzos apostólicos. Bien hubiera podido invocar su edad, justificarse por medio de sus enfermedades, preconizar la imprudencia de la empresa empezada con la naciente fundación, pero sentía ese llamado del Señor que le pedía una obra a favor de los sacerdotes. Así, María de Jesús se lanzó a una aventura humana y espiritual inédita, arriesgada e incierta.

    No desfalleció, al contrario, con la alegría que la caracterizaba impulsó y continuó la fundación. Su entusiasmo, su intuición humana, su sencillez y la indiscutible santidad que irradiaba aun en las dificultades más complejas, atrajeron jóvenes con su mismo ideal y deseo de consagrarse totalmente a Dios. De esta manera fue comprendiendo cuál era su voluntad.

    Paulatina, pero progresivamente, y no sin dificultades, fue encontrando el cauce más apropiado a la modalidad evangélica que el Espíritu Santo le había inspirado durante la oración. Motivada por este don, decidió cambiar el nombre de la Obra de «Legionarias de la Fe», por el de «Siervas Guadalupanas de Cristo Sacerdote», que expresa mejor su carisma y finalidad.

    Con la confianza en que el Señor la iba a sacar adelante en esta empresa marcada por grandes desafíos, la Obra bajo su segura guía iba creciendo con nuevas vocaciones y madurando su configuración, sea desde un punto de vista institucional o desde un punto de vista espiritual.

    «Como pasa muchas veces en los acontecimientos humanos, esta delineación no fue sin sufrimientos», el Señor quiso probarla como el oro en el crisol, sufriendo calumnias e incomprensiones, incluso de quien pretendía ayudarla. Nunca desfalleció, al contrario, su constancia dejaba penetrar la gracia de Dios en su persona y la empujaba a llevar adelante la Obra.

    El 26 de marzo de 1965, el Obispo de Texcoco, Don Francisco Ferreira y Arreola, concedió el decreto de aprobación como Pía Unión a las Siervas Guadalupanas de Cristo Sacerdote, confirmando el carisma del Instituto con estas palabras: «la santificación de los sacerdotes por la oración y las obras de caridad». Poco a poco, la Obra se siguió modelando con un paradigma de servicio austero a los sacerdotes, que debía entenderse como una entrega total, viendo en ellos al mismo Cristo.

    Después de una larga espera, el día 16 de julio de 1971, la madre Chuy, delante de su sobrino, actual Arzobispo de Tlalnepantla, S.E. Mons. Ricardo Guízar Díaz, pronunció su consagración perpetua. Con el nombre de María de Jesús del Amor Misericordioso. Pero la extraordinaria energía espiritual de la madre Chuy, no concordaba con sus fuerzas físicas. Su avanzada edad y su salud quebrantada le procuraron grandes sufrimientos que la llevaron, el 6 de enero de 1973, a entregar su alma a Dios.

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    Copyright (c) 2011, hacia los altares, 2 febrero 2011